sábado, 22 de marzo de 2008

EN BUSCA DE DIOS

Por Fernando Rivera Calderón

“Gritarle a Dios, gritarle con denuedo,
increpar su mudez con desafío,
exigir que nos diga lo que somos,
a qué vinimos y por qué nos vamos...
Y al no tener respuesta ni mirada,
deducir que nosotros lo inventamos
con la espera, el pavor, la angustia en vilo,
el anhelo de hacernos inmortales.”
Elías Nandino.


¿Dónde está Dios? Decía Juan Calvino que la finalidad principal de la vida humana es la de conocer a Dios. Pero hoy en día no es fácil dicha empresa: Dios no está a la venta, no cotiza en Wall Street, no hay manera de sintonizarlo en la televisión o de bajarlo de Internet. Pero, por otro lado, se supone que Dios está en todas partes, que es omnipresente, así que, en teoría, no tendría que salir de la habitación en la que escribo para encontrarlo, sino, en todo caso, afinar mi percepción para reconocerlo.
Es cierto que muchos creen que Dios ha muerto, pero también es cierto que nadie ha encontrado aún sus restos mortales. Después de todo, como rezaba una barda al sur de la Ciudad de México:

“Tal vez Nietszche mató a Dios, pero Dios mató a Nietzsche”

Vivo o muerto, pareciera que Dios no es muy necesario en un mundo en el que te venden el amor en un cosmético, te venden la paz en un seguro de vida, te venden la fe en una imagen de la Guadalupana autografiada por el Papa y te venden el éxtasis en una droga de diseño. ¿Quién necesita a Dios teniendo el mapa del genoma humano? ¿Quién lo necesita teniendo satélites superavanzados recorriendo el Universo y cámaras instaladas en todos los rincones de la Tierra? ¿Quién necesita a Dios cuando se es aclamado por millones de fans o cuando aparece en el horario estelar del Canal de las Estrellas?
Aún así, según las divinas encuestas, la mayor parte de la gente en este planeta cree en Dios y aunque el rumbo que ha tomado la humanidad no demuestra mucha religiosidad que digamos, son capaces de matarte si blasfemas o dibujas una virgen en bikini o un Cristo con la cara de Pedro Infante. Tal vez en el fondo, con todo nuestro dinero y todos nuestros médicos y comodidades sigamos teniéndole miedo a Dios. Ese Dios infame que nos castiga con terremotos y tormentas, el que nos hace matarnos unos a otros, el que inventa las enfermedades y oculta las curas.
Parece que la única manera de llegar a Dios en estos tiempos, es a través del pánico y la culpa de los fanáticos. Pobre Dios. Día a día vemos el surgimiento de nuevas devotas o cristianas instantáneas que de la noche a la mañana desertan de las siempre nutridas filas del desmadre, para recibir a Cristo en ellas y cantar alabanzas y preguntarnos al resto: “¿Y tú cómo estás?”
Obviamente el Dios castigador de los cristianos y sus sumisos y obedientes corderos han pervertido la manera de buscar a Dios reduciéndolo todo a un mero chantaje en el que para entrar al cielo hay que extirpar el placer de la vida. En este caso, buscaré a Dios no en el patetismo de mi existencia sino en este cuarto en el que hay una ventana que da a la calle, algunos libros, figuras decorativas, unos cuadros, un estéreo, la computadora en la que escribo y yo, que debería ser una creatura de Dios. La clásica habitación de alguien que se ha atestado de materia inerte para llenar sus vacíos espirituales, pero ¿no es esa materia inerte parte de Dios?
Pongo en el estéreo un disco de Pink Floyd que siempre me ha sido propicio para pensar en este tema: Atom Heart Mother (Madre de corazón atómico). Creo que es uno de los nombres más bellos que se han acuñado para referirse a Dios, porque se habla de Dios como una madre y no como un padre. El disco, que en la portada tiene la fotografía de una vaca en el campo mirando a la cámara, fue tachado de pretencioso en su época (1971), pero creo que realmente nos pone cerca de ese sentimiento extraño y absoluto de lo divino.
Mientras tanto, ojeo una vieja revista italiana Colors en la que se publicaron las opiniones de personas de todas las edades y de todo el mundo respondiendo a la pregunta de ¿Quién es Dios? Estas son algunas de las respuestas:

· Dios es un círculo
· Dios es el que hace que pongan tres buenas canciones seguidas en la radio del coche.
· Es mi mamá
· Ningún hombre blanco con barba, eso es seguro.
· Quien diseña las líneas de un Mercedes.
· Dios es un holgazán
· Dios es parecido a Cristo, pero japonés.
· Yo soy Dios.

George Bataille, el gran místico francés decía “Dios es un cerdo... El comienzo que entreveo al borde de la tumba es el cerdo que en mí ni la muerte ni el insulto pueden matar. El terror al borde de la tumba es divino y me hundo en el terror del que soy hijo”. Pero esto no es una blasfemia, comenta Fernando Savater, sino más bien “la crisis de los valores ahincados en lo utilitario que arropan el desconcierto trágico del hombre”. Es Decir, Dios no es útil, no nos sirve para lo que nosotros quisiéramos, está fuera de control, por lo tanto, no existe.
Durante la segunda mitad del siglo XII se juntaron 24 sabios para tratar de definir a Dios, una empresa tan imposible como su objeto de estudio, puesto que quien define busca encontrar los límites de un concepto y Dios, por su parte, es ilimitado. El resultado son 24 ideas de Dios que aparecen ante mis ojos al mismo tiempo que escucho los metales fuera de tiempo del Atom Heart Mother. Ideas y sonidos que repelen nuestra manera racional de estructurar las cosas y que nos remiten al misterio original de Dios. Entre sus conclusiones, publicadas por editorial Siruela, las siguientes me parecen verdaderamente alucinantes:

“Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia en ninguna”.
“Dios está todo él en cualquier parte de sí”.
“Dios se halla siempre inmóvil en el movimiento”.

Hablar de Dios de esta manera en la Edad Media podía conducir a cualquier visionario directamente al calabozo o a la hoguera. Así le ocurrió a Giordano Bruno (de quien hay una estatua en la calle de Londres, en la Juárez) y a Zenón, el personaje real-imaginario de Margarite Yourcenar en Opus Nigrum.
Pero no se crea que ya no es peligroso hablar de Dios en estos tiempos modernos. A finales de los sesenta Paul McCartney se expresó sobre Dios en la revista Queen: “Dios es todo. Dios es el espacio entre nosotros. Dios está en la mesa frente a ti. Dios es todo y está en todas partes y en todos. Y ocurre que me he dado cuenta de todo esto mediante el ácido”.
Las declaraciones de Paul fueron usadas por la ministra de Estado inglesa Alice Bacon para satanizar el uso de las drogas y no pocos se mostraron horrorizados ante la posibilidad de que las drogas pudieran hacer algo más que embrutecernos y que incluso pudieran facilitarnos la experiencia de Dios.
Sin embargo, el uso religioso de ciertas sustancias continúa hasta la actualidad. Sólo que ahora el defensor de su uso para dichos fines espirituales ya no es McCartney ni Timothy Leary sino un viejo y respetable investigador de la Universidad de Berkeley llamado Huston Smith, quien asegura que nunca habíamos vivido en una sociedad que prohibiera la trascendencia del ser, eliminando la creencia de que exista una realidad fuera de ella.
Huston ha estudiado el uso de las sustancias alteradoras de la conciencia en la historia espiritual del mundo, desde los griegos hasta los huicholes, e incluso en su propia conciencia: “Fui muy afortunado al tener experiencias alucinógenas cuando las sustancias no sólo eran legales sino también respetables. No es justo que las nuevas generaciones las tengan, pero con el temor de ir a parar a la cárcel”.
Se sabe también de algunos sacerdotes católicos que se decidieron por dicho oficio después de tener experiencias con LSD en su juventud y de personas que acuden en ácido a las iglesias como “un ejercicio de libertad religiosa”.
Así pues, en este mundo, todos tenemos la posibilidad de imaginar a Dios como un viejito barbón o como una fuente inagotable de energía que reviste cada una de las cosas de un halo misterioso o como una alberca infinita de leche cósmica. Hay quien dice que la luz es la exhalación de Dios, hay quien dice que entrar en la eternidad es igual que una gota que se integra al mar. Podemos buscar sentirlo de una manera legal o ilegal, pero es posible en la medida de su imposibilidad. Los coros femeninos del Atom Heart... me estremecen a altos decibeles. ¿Es esto sentir a Dios? ¿O acaso Calvino hablaba de Dios como quien habla de la muerte, ese destino último que todos conoceremos tarde o temprano?
Me asomo por la ventana. Naturaleza muerta con edificios y helicópteros y un tipo tocando su cláxon con el grito de Tarzán. ¿Qué clase de Dios crearía algo como ésto? ¿Por qué destruiría sus bosques y sus selvas? ¿Por qué se deshace cada día de miles de sus creaturas y es posible que yo siga mirando con mis ojos (por lo menos hasta hoy, quizás mañana me parta un rayo divino)? Y, a propósito, ¿No es el mismo Dios a través de nuestras palabras quién se hace estas preguntas?
Es probable que todas estas sean palabras absurdas, inútiles conjeturas tratando de desentrañar lo inescrutable, pero es más absurdo un mundo sin reverso y sin misterio. Si lo único que queda de aquí al final de la eternidad es comprar las nuevas estupideces que nos venden, renuncio a la eternidad. Si nada tiene sentido, quisiera conocer el sentido de la Nada y eso no quiere decir que me tenga que volver adorador del primer idiota que proclame “La Verdad”, por más disfrazado de Dios que esté.
Tal vez lo más sensato sea no hablar de Dios, permitirle que siga habitándonos de manera subversiva sin que nuestras ocupaciones mundanas nos permitan habitarle. Como escribe Ignacio Díaz de la Serna, en su libro “El desorden de Dios”: El Dios universal está obligado a permanecer solo en la cúspide, confundiéndose con la totalidad de las cosas. Centinela insobornable de la ipseidad, responde a quién pregunta por Él: Yo soy el que soy.
Si usted es un orgulloso ateo y ya está cansado de saberlo todo sin saber realmente nada, permítase un espacio de debilidad y ponga a prueba sus bienamadas certezas. No aspire a paraísos celestiales, aspire el elevado perfume de lo eterno en lo inmediato. Tal vez, termine proclamando, como Luis Buñuel: “Soy ateo gracias a Dios”.

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